¿Cuántas veces nos hemos preguntado cómo sería nuestra vida si tuviésemos un cuerpo distinto, o si hubiéramos nacido en otra familia, en otro contexto socioeconómico, o, incluso, en otra época?
En Ayer Maravilla Fui (Gabriel Mariño, 2017) un ente anónimo transita por distintos cuerpos con el único propósito de encontrar el amor. Toma lo que necesita de cada cuerpo para después desecharlo. Podría parecer atractivo, pero, al mismo tiempo está condenado a la vida eterna representada en uno de los conceptos más latentes de la posmodernidad: la transitoriedad, la fugacidad; logrando esa sensación monocromática que evoca el deambular solitario entre un mar de almas enajenadas en la ciudad de México.
Para Bauman en nuestra generación líquida ha desaparecido el concepto de comunidad para ser reemplazado por el de identidad. Nos esforzamos por construirnos para ser “únicos”, siguiendo las convenciones sociales del grupo al que queremos pertenecer.
En cambio, el protagonista de Ayer Maravilla Fui parece un ser simple cuya personalidad permanece a pesar de que transita entre distintos cuerpos: el de un anciano, el de una chica en sus treintas y el de un joven veinteañero; todos con rasgos físicos muy distintos. Sin embargo, el protagonista tiene una rutina que no cambia con su corporeidad; riega sus plantas todos los días. Los pocos diálogos que escuchamos de este ser tímido, son las frases cariñosas que le dedica a sus plantas mientras las riega. ¿No debería aprovechar la libertad que le otorga no ser nadie o ser alguien distinto al despertar, para experimentar, para sentir el mundo desde la posibilidad que ofrecen las apariencias?
La monotonía del ente sólo es transgredida por Lucía, una chica joven que también lleva una vida rutinaria. Pasa el día como peluquera en una pequeña estética. El ente la acompaña en su cotidianidad, a su manera, desde la distancia, con excepción de algunos acercamientos tímidos, compartir el vagón del metro o un corto de cabello; hasta que amanece siendo Ana, una chica aproximadamente de la edad de Lucía; su nueva morfología le ofrece la posibilidad de entablar una relación cercana con ella; hablan, se acompañan, se enamoran. Hasta que lo inevitable sucede y, de nuevo, tendrá que encontrar otras maneras de acercarse, mientras Lucía la busca con desesperación en ese rostro del que se enamoró. ¿Qué tanto nos enamoramos realmente de la superficie?
Para algunos los rostros cambian, pero el sentimiento y las memorias permanecen, y por eso cada nuevo amanecer tendrá un nuevo corte de cabello.
Bibliografía
Zygmunt Bauman. (2003). Modernidad Líquida. México, DF: Fondo de Cultura Económica.
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